Mis conocimientos del mundo del cómic son escasos. De joven había leído a Tintín, Astérix y a Mortadelo, básicamente. El tema de los superhéroes no me llamaba, era un universo muy amplio que no me apetecía descubrir. Esto cambió cuando fui a la universidad y compartí piso con un loco de los cómics que me guió a través del amplio catálogo de colecciones y me presentó a algunos autores fantásticos. Descubrí entonces a Frank Miller, Neil Gaiman (quedé fascinado con Sandman), Grant Morrison y el autor que hoy nos ocupa, Alan Moore, uno de mis favoritos. En esa época leí Miracle Man, V de Vendetta, La cosa del pantano y, como no, Watchmen. Alguna relectura ha caído a lo largo de los años, pero ahora hacía mucho tiempo que no leía nada del autor, así que cuando Roca editorial me dio la oportunidad de leer la nueva edición y traducción (a cargo de Eugenia Vázquez) de su primer libro, La voz del fuego, publicada en 1995, no me lo pensé ni un momento.
El libro está formado por una colección de relatos situados en la ciudad natal del autor, Northampton, pero ubicados en diversas épocas históricas. Pasaremos por un par de relatos ubicados en los primeros asentamientos estables de la zona, del neolítico y de la edad del hierro, por la ocupación romana, por las guerras medievales entre sajones y normandos, y los conflictos entre católicos y protestantes hasta llegar al siglo XX. Conoceremos a las últimas brujas quemadas en Inglaterra, a chamanes, a viejos cruzados, a templarios, a mártires cristianos, a conspiradores políticos, a jueces lascivos, y a muchos más personajes muy interesantes.
Los relatos tienen estilos muy diferentes, algunos incluso los calificaría de experimentos literarios, pero con algunas características en común que le dan al conjunto una mezcla muy interesante entre variedad y uniformidad. Todos están narrados en primera persona, y algunos de los personajes de otros relatos aparecen, de manera más o menos sutil. Lo más importante son los temas recurrentes: el mes de noviembre, el fuego, y los rituales antiguos de magia primigenia (y otros que me guardo para evitar spoilers). El último relato tiene como protagonista al propio autor, y lo utiliza como justificación de la historia y conclusión.
El primer relato es difícil de leer, está narrado desde el punto de vista de un joven retrasado del neolítico, y es bastante largo. Creo que algunos lectores se pueden desanimar a la mitad de la historia y dejar el libro. Si tenéis esta sensación, mi consejo es que os lo saltéis, porque después la lectura se hace más llevadera, dentro de lo que es el estilo de Moore. No quiero ni imaginarme lo difícil que debe haber sido la traducción de esta primera historia.
La pega principal que le pondría al libro es su irregularidad en la capacidad de atracción de las historias que presenta, pero eso es normal cuando los relatos están pensados para tener personalidad propia y estilos diferentes, y estoy convencido de que los relatos que a mi me han enamorado pueden dejar frío a otro lector, y viceversa.
Si tuviera que destacar alguno, me quedaría con Santos de Noviembre, por la capacidad de conjuntar tres líneas temporales y la tensión que provoca en el lector, y con Confesiones de una máscara, por poder dotar de tanto sentido del humor a una cabeza cortada y empalada en una pica. En definitiva, una lectura que recomiendo sin duda a los fans del autor, y a los que no lo conocéis también, creo que va a ser una experiencia lectora diferente y sorprendente.
Leí hace poco un artículo sobre Jerusalem, la monstruosa novela de Moore en la que el traductor lleva dos años y medio trabajando y cuya publicación en español está prevista para navidades de 2018. Era una lectura que tenía totalmente descartada en mis planes, pero que después de haber tenido una experiencia tan satisfactoria con La voz del fuego, ha vuelto a subir puestos en la pila virtual.